Comenzar algo es siempre un reto para mí.
Siento la adrenalina, el cosquilleo en el estómago, las ganas de hacer lo mejor que yo pueda.
Lo malo es que normalmente me quedo en mitad del camino, supongo que por una especie de inclinación innata a no terminar lo que empiezo.
Y eso pasa en todos los ámbitos de mi vida: sean en mis relaciones personales, en mis sentimientos, mis proyectos profesionales, mis hobbies, mis deseos, en fin, todo lo que ocupa mi atención suele quedarse a medias, inacabado, sin final.
Será que prefiero huir antes de enfrentarme a la decepción de que todo se acaba, más tarde o más temprano.
Será porque me cuesta asumir los finales, digerirlos y aceptarlos como parte de la vida.
O a lo mejor soy una niña caprichosa, que nunca sabe lo que quiere y salta de una cosa a la otra, creyendo que así podrá encontrar su tan ansiada felicidad.
O entonces puede que se trate solamente de que aún no haya encontrado algo que atrape mi atención de una manera realmente intensa y profunda.
Puede que todo lo que he dejado atrás no fuera lo suficientemente importante para que yo llegara al final.
Tengo muchas hipótesis, pero ninguna certeza.
Así empiezo a juntar los pedazos de mi todo...